La
“parada final”, es decir, la ultima ciudad a la que tenemos planeado viajar, no
lo suele tener fácil: tiene que luchar y vencer con el cansancio del sujeto.
Esto me sucedió con Málaga a la cual dediqué la mitad del tiempo que tenia
previsto y que, justo cuando tomé el tren para la vuelta a Barcelona, me
arrepentí de no haberme entregado a ella.
Pero
rebobinemos… Nada más pisar Málaga tuve una sensación amarga: después de estar
en una ciudad con esencia de pueblo (Granada) y de un pueblo de costa (Nerja),
el tránsito acelerado, el ruido, los grandes edificios, el centenar de personas
caminando en distintas direcciones… me señalaban el contraste: estaba en una
gran ciudad.
Al
principio, me vi con pocas energías por conocerla pero, tras un largo y
merecido descanso, me dejé llevar y, como por arte de magia, Málaga me fue
enamorando poco a poco.
1-
Que tiene un “oasis”, es decir, una zona donde “todo se para” y desconectas al
completo de que estás en una gran ciudad; esta es, sin duda, la zona de costa
coronada con la Playa de la Malagueta. El contraste entre esta zona y el centro
es brutal.
2-
Aun estando en el centro, puedes encontrar espacios tranquilos. Sí, parece
extraño pero el malagueño local tiende a vivir la vida más relajadamente y eso
hace que hayan plazas donde se respira familiaridad y calma aunque estén, por
ejemplo, a solo unos metros de la Catedral.
3-
Que la tonalidad del cielo de Málaga y, por ende, de la Costa del Sol es
diferente. Me lo dijo un taxista (aquí los taxistas hacen casi de guía de
manera natural, son muy amables) y pienso que tenía razón: lo vi, a mi parecer,
más claro de lo normal.
4-
Que Málaga tiene muchísima cultura por visitar y conocer. Esto no siempre lo
muestran los medios los cuales tienden a simplificar: Málaga = playita y
“servesita”.
4-
Que la “Málaga turística” vive de Picasso. Fue muy emotivo visitar su casa
natal así como el museo. En la casa, me sentí como si hubiese dado un viaje en
el tiempo y estuviera, de intruso, “chafardeando” su hogar.
5-
Que el malagueño local tiene una necesidad innata de establecer comunicación y
eso, no solo me gusta sino que ME ENCANTA. Hay varias anécdotas pero fue una
conversación – que yo no inicié – la que me llevó visitar la mejor vista
panorámica de toda la ciudad sin tenerlo planeado: en los pies del
Castillo de Gibralfaro.
6-
Que, de la misma manera que sucede en toda Andalucía, hay un sentido estético
en las fachadas de muchos edificios: tanto de colores como de uso de macetas.
Parece, incluso, que haya una especie de “competición encubierta” por querer
ser la ciudad de Andalucía que mejor decore la fachada de su hogar.
6-
Que despertarte, no con la alarma del móvil, sino con el ruido de los
coches de caballos, es una de las sensaciones más bonitas de estar en
Andalucía.
En
definitiva, Málaga hizo olvidarme de mapas, relajarme y visitarla casi como
un autóctono más. Fue desde esa perspectiva, la que me hizo ir descubriendo
muchos rincones preciosos que me fueron enamorando. Aun así, debo de conocerla
más. Otra vez será ;)