Seguro
que todos os habréis dado cuenta de que hay ciudades que, con tan solo
pronunciarlas, sacan una mirada tierna y una sonrisa carismática a las personas
que la han visitado. Pues bien, esto me sucedió con Nerja. Sin duda, debería
ser una ciudad preciosa. De hecho, un amigo mío – que sabe que me enamoran los
pueblos blancos de mar – me dijo: “tú eres muy Nerja”.
Así
pues, algo quedó claro en mi ruta: de Granada a Málaga, iba a parar en Nerja.
Lo
hice y os puedo decir que fue uno de los pueblos de mar más bonitos que he
visitado en mi vida. Sus paisajes son imponentes, la ciudad es rotundamente
limpia y bien cuidada, la estética de su arquitectura (apartamentos, iglesias,
fuentes, plazas…) es preciosa, la gastronomía es exquisita y bastante bien de
precio, y como suele suceder en Andalucía: la gente es muy amable.
Es
cierto que es bastante turístico, por la serie Verano Azul – de hecho, está el
barco original de Chanquete en la entrada, para ser visitado- , tener las
Cuevas y el impresionante Balcón de Europa pero, al mismo tiempo y de manera
casi mágica, consigue que eso no perturbe en absoluto la tranquilidad que se
respira en el ambiente, el cual, además, es familiar y amigable.
Nerja
fue mi puerta de entrada a la Costa del Sol de la cual estoy convencido que se
esconden muchas otras perlas más.
Tal
y como me dijo un taxista: “¿Por qué crees que la Costa del Sol es uno de los
principales atractivos turísticos por los Europeos y, al mismo tiempo, la zona
de España donde más gente viene a disfrutar de su jubilación?”
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